sábado, 2 de noviembre de 2013

QUÉ OPINO DE LAS REJAS EN LAS PLAZAS

Me parecen abominables. Creo que en lugar de enrejarlas deberían poner el doble de guardianes de plaza para que enseñen a una sociedad, muy mal educada y aprendida por cierto, a cuidar el patrimonio público. ¿Pero cómo hacerlo? ¿Alcanzaría con decirle a tal persona que no tire papeles al pasto? En un principio probablemente no. Apoyo la idea de que la gente sea multada económicamente por dañar el espacio de todos. ¿Cuál sería sino la solución? ¿Enrejar todas las calles y veredas, restringiendo la libre circulación, para que no ensuciemos? Llegará el día en que, lamentablemente, nos tendrán que atar las manos para que ese objetivo sea cumplido. Resulta evidente que ésa no es la solución. Hemos llegado al punto de que un árbol se asemeje a un oso en un zoológico. Las barreras físicas, dicen, no contribuyen a la integración urbana y social.

¿Y qué piensan de que no pueda uno sentarse una noche a disfrutar de la luna llena en un banco de plaza, rodeado de verde? ¿Hay acaso una ley de la naturaleza que establezca que el verde es menos verde al caer la luz del sol? Si deseamos una ciudad menos estresada y más pacífica , es fundamental ampliar y no restringir lugares que invitan a la relajación.

Por otra parte, este tipo de políticas son una segmentación del acceso al espacio público. Claramente, es por lo general la gente joven la que utiliza las plazas por la noche. Los viejos y los niños duermen mientras los padres lo hacen o realizan otra actividad como ir al teatro, al cine o salir a comer algo. Los adolscentes también, pero tienen entre sus posibilidades, juntarse con amigos a "hacer nada". ¿No es ésto algo hermoso? El hecho de reunirse simplemente por el vínculo, sin tener la necesidad de que haya una actividad que articule una reunión, fomenta la inocencia de que se puede ser feliz con "poco". Es aquel concepto el que se va perdiendo a lo largo de la vida: Los niños porque no lo conocen, los adultos al estar siempre ocupados y los ancianos porque ya no tienen fuerzas ni ganas de practicarlo. Veo entonces con tristeza quitar lugares para encontrarnos con nosotros mismos y disfrutar, sin distracciones, de la compañía del otro.